La Nueva Ruta de la Seda
El consenso de los observadores es que el Congreso del PC de China va a robustecer el poder e influencia de Xi Jinping, sobre todo en dos claves: su idea de las reformas económicas, esto es, superar la etapa de producción barata y agregar valor a sus manufacturas, generar un equilibrio entre el interior de China y el mayor desarrollo de sus zonas costeras y elevar los sistemas de control y transparencia; y, paralelamente, abordar su mayor dependencia de la economía mundial con una política internacional mucho más activa, que rompe el tradicional aislamiento de China.
Ambos propósitos convergen en uno de los principales proyectos de Xi Jinping: reactivar la mítica Ruta de la Seda. Apunta a fortalecer las antiguas vías marítimas que conectaban sus costas con el Mediterráneo y tener el control o inversiones en una red global de puertos; y recuperar y ampliar las rutas terrestres que cruzan sus territorios interiores hacia el Asia Central, Rusia y Europa.
Desde una perspectiva de historia larga, como aprendimos desde niños, el viaje de Cristóbal Colón buscaba llegar a las Indias, a esa China populosa y comercialmente activa, sin los riesgos y límites de los territorios que debían cruzar. Su propósito era terminar o contener esa dependencia. Su encuentro con la futura América fue un cambio colosal, una verdadera mutación geopolítica, porque pasó a ser una zona de conquista y colonización y una fuente de enorme riqueza para las potencias del Atlántico, principalmente para España, Portugal e Inglaterra y, en menor medida, para Francia, Bélgica y Holanda, que debieron desplazar sus ambiciones de colonización a África. El eje mundial por siglos concentró en estas zonas su prioridad, y su fuente poder. Eso mismo les otorgó una ventaja brutal para emprender después la invasión de la propia China, India y Persia y otros países. Solo Japón escapaba a esas intervenciones, hasta su derrota en la Segunda Guerra Mundial.
Desde esa perspectiva, con pausa y sin estridencia, esta iniciativa mueve el péndulo de vuelta hacia lo que fue toda esa zona y su gran actividad económica y comercial, su profunda mezcla de culturas y razas y sus áreas de influencia y conflicto. Es la convergencia de China con el oriente y sur de Rusia, la conexión con todas las ex-repúblicas soviéticas del Asia Central y lo que antes era el Turquestán, la incidencia de China en Pakistán, Afganistán y Persia hasta el Medio Oriente y Turquía, que –a su vez, todas ellas- también devuelven una importancia estratégica a la franja de la Europa Central que conforman los territorios del antiguo imperio Austro-Húngaro, desde Rumania a los Balcanes, pero extendiéndose esta vez a Eslovaquia y Polonia, que cada vez más tienen una política propia en la Unión Europea. Es decir, es una fuente inevitable de cambios geopolíticos globales que recién asoman, que puede ser lento, sinuoso y conflictivo, pero determinante.
Para Chile hay efectos desafiantes. Un lugar común es sostener que somos un puente hacia el Pacífico, aunque las inversiones en carreteras transversales y puertos es más lento de lo debido y el conflicto con Bolivia retrasa ese potencial para Iquique y Arica, sin que todavía se compense con mejores puertos en Antofagasta y Mejillones. Hay una micro-economía que volver a mirar, porque –por ejemplo- la idea de que Chile puede ser una potencia alimentaria tendrá en esa zona una competencia directa, con países de igual o mayor capacidad agrícola; el potencial forestal de Rusia es muy superior al nuestro, ahora con vías más expeditas de trenes y carreteras hacia China; y aunque no tienen nuestro desarrollo minero, habrá oportunidades más cercanas. A su vez, por nuestra propia historia, siempre miramos a los países del atlántico europeo, pero la Europa Central volverá a tener la importancia que tuvo hace 300 o 400 años. Desde todo punto de vista, entonces, es un cambio que necesitamos aterrizar y detallar en nuestra visión.