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La Globalización ya no es Liberal

Muchos de nuestros debates sobre la globalización se fundan en una ilusión: las esperanzas sobre sus posibilidades (políticamente transversales) y los fantasmas sobre sus amenazas (de conservadores de derecha y de izquierda), parten de la base de que los valores liberales dirigen la globalización. Eso ya no es así.

Ese error de concepto es muy peligroso para nuestro futuro.

El juego del poder mundial hoy día tiene una lógica completamente distinta a la de la década de los ‘90. La idea de la globalización abierta, que encarnaron Clinton y la corriente socialdemócrata que gobernó Europa en esos años, o que pregonó Soros en sus tesis sobre los riesgos para el capitalismo global, está en retroceso o fue desplazada. El paradigma de la globalización liberal de los ’90, esto es, un mundo que se movía hacia el libre mercado en lo económico, a democracias en lo político y a libertades en lo cultural, está siendo reemplazado por el realismo geopolítico, el refugio en las identidades religiosas y culturales y los diseños de hegemonía económica.

Esos son los cambios más profundos que gatillaron los atentados en Estados Unidos, porque cambiaron el espíritu, la mentalidad y el enfoque de los principales actores mundiales. Esta lógica nos acompañará muchos años.

¿Qué señas tenemos delante de nosotros?

Estados Unidos está volcado a una guerra y su élite cree que no tiene más alternativa que entrar a una fase de Imperio. Para el equipo de Rumsfeld éste es el retorno a una noción clásica, es decir, que ellos deben ejercer su poder mundial y que garantizarán su seguridad y supervivencia desde su propia fuerza y capacidad de dominio y control. En ellos esa convicción no es un fatalismo, sino una especie de destino que se ha ido forjando por su fortaleza económica, la convicción en sus valores y la necesidad. Su última necesidad es enfrentar una “guerra global” contra Al Qaeda, bajo las condiciones de una “guerra asimétrica”.

El mapa geopolítico global se está tensando bajo este enfoque. Sus nuevas formas no van a surgir de un diseño ideal, de hecho nadie se ha atrevido seriamente a plantear uno, sino de los equilibrios que va a crear. El gran temor de Estados Unidos es que termine siendo incapaz de asegurar una suerte de Pax Americana y su poder sea reemplazado en las próximas décadas.

En el campo cultural, es singular cómo la Iglesia Católica reformuló en los últimos dos años el plan Ecuménico que Juan Pablo II esbozó en torno al Jubileo del año 2000. Su idea de un acercamiento a los luteranos, anglicanos y ortodoxos, para luego entablar un diálogo con el islamismo desde su común fe en Dios, que entusiasmó a las corrientes progresistas con un nuevo Concilio Ecuménico, retrocedió hacia la reafirmación de una primacía de la Iglesia Católica a partir de las tesis de Ratzinger, esta vez sin resistencia ni objeción, incluso con el apoyo, de los jesuitas. De algún modo, ello refleja la intuición del cuidado de la identidad católica y la prudencia hacia las aperturas.

Las decisiones económicas mundiales ya no se sostienen, tampoco, desde los principios neo-liberales. Esa retórica es, a estas alturas, bastante añeja. El fracaso de la reunión de Cancún de la OMC es uno de los síntomas más expresivos de este cambio: los países emergentes se constituyeron en un poder negociador y, de inmediato, la respuesta de las grandes economías amenazó la vía multilateral para reemplazarla por las vías bilaterales donde tienen mayores ventajas. La OMC no será desahuciada, pero carece de la fuerza para encabezar el libre comercio. Tampoco el Banco Central Europeo tiene la autoridad y capacidad suficiente como para imponer que Alemania, Francia e Italia cumplan el pacto de estabilidad. A su vez, el Secretario del Tesoro Snow desplegó una explícita presión para que China y Japón liberen su política cambiaria y dejen de aplicar protecciones a sus monedas que afectan el empleo y la capacidad exportadora  de Estados Unidos. Japón ya accedió en la última reunión del G-7.

Chile está obligado, en este contexto, a desplegar un concepto nítido respecto de su posición en el mundo, en especial en América Latina. El liderazgo político y empresarial no puede permitirse ingenuidades ni vaguedades. Si nuestras empresas no tienen estrategias de poder asociadas a sus estrategias de negocios fracasarán o afectarán seriamente sus posibilidades. Esto significa dimensionar los cambios geopolíticos, apreciar a tiempo los mapas de poder y construir discursos de legitimidad que refuercen nuestra identidad.